LA EDUCACIÓN DESDE EL NACIMIENTO
LA EDUCACIÓN DESDE EL NACIMIENTO
El recién nacido dista mucho de estar completamente desarrollado; ni siquiera está físicamente completo. En los pies, los encargados de pisar la tierra y quizás invadir el mundo entero, todavía no tiene huesos, sólo cartílagos; el cráneo, que recubre el cerebro y debe ser su infranqueable defensa, apenas tiene unos pocos huesos ya formados. Algo aún más importante es que los nervios no están completos, por lo tanto, falta orden central y unificación entre los órganos, y en consecuencia no hay movimiento; en este sentido, el hombre se diferencia de otras especies, en las que la cría tiene la fuerza suficiente para moverse y caminar casi inmediatamente después de haber nacido.
De hecho, hay que considerar que el niño tiene una vida embrionaria anterior y posterior al nacimiento. Esta vida se ve interrumpida por un gran acontecimiento, la aventura de nacer, que lo zambulle en un mundo totalmente nuevo. El cambio es abismal, es como salir de la Tierra y entrar en la Luna. Pero esto no es todo; para dar ese paso gigantesco, el niño debe soportar un terrible esfuerzo físico. Por lo general, después de un parto se piensa en la madre y las dificultades que tuvo, pero el bebé pasa por una prueba aún mayor, en especial si se tiene en cuenta que, aunque está dotado de vida psíquica, todavía no está completo. El niño carece de facultades mentales porque primero tiene que crearlas; es así que este embrión psíquico, que incluso físicamente está incompleto, debe elaborar sus propias facultades.
Este ser que ha nacido sin fuerzas ni posibilidades de moverse tiene que estar dotado de una conducta que lo lleve a adquirir el movimiento. Aquellos instintos que en otros animales aparentemente se despiertan con el nacimiento, tan pronto como el animal entra en contacto con el medio, en el caso del hombre deben estar desarrollados por el embrión psíquico al mismo tiempo que se crean las facultades que se corresponden con los movimientos. Mientras ocurre esto, va finalizando el desarrollo de la parte física del embrión, se completa la unificación de los nervios y el cráneo se osifica.
Apenas rompen la cáscara del huevo, los polluelos ya están esperando que venga mamá gallina y les enseñe a conseguir comida, y de inmediato se empiezan a comportar igual que el resto de los pollitos. Así lo hacen hoy, así lo hicieron las generaciones pasadas y presumiblemente siempre será así. Pero el hombre primero tiene que desarrollar su psique y adaptarse al medio y las condiciones cambiantes de una sociedad en constante evolución; no en vano la naturaleza ha tomado la precaución de mantener el cuerpo inerte mientras el esqueleto y el sistema nervioso le ceden la prioridad a la aparición de la inteligencia. Para que el medio encarne en la psique, la inteligencia tiene antes que observarlo y estudiarlo; obviamente, tiene que extraer de su entorno una gran cantidad de impresiones, tal como el embrión físico al principio acumula células y sólo después las utiliza para edificar sus órganos específicos.
Así es que se ha establecido que el primer período de la vida se destine a la acumulación de impresiones del medio y, por lo tanto, sea la etapa de mayor actividad psíquica, en la que se absorba todo lo relacionado con el entorno. A los dos años, el ser físico se encuentra próximo a la formación completa y empiezan a delimitarse los movimientos. Anteriormente se suponía que los niños pequeños no tenían vida psíquica… ¡y ahora nos venimos a dar cuenta de que la única parte que mantienen activa durante el primer año es el cerebro! A diferencia de otros animales, a los que les basta con despertar sus instintos para manifestar su conducta, el rasgo más importante de los bebés humanos es la inteligencia. La mente del niño tiene que asimilar el presente de una civilización vital que lleva cientos de miles de años de constante evolución y que tiene ante sí cientos de miles de millones de años, un presente que se extiende más allá de cualquier límite hacia el pasado o el futuro y que se modifica segundo a segundo. Esta inteligencia se manifiesta en infinitos aspectos, en tanto que la de otros seres sólo opera en un aspecto, que además es estático. Resulta evidente que la psique humana nace en medio del misterio, y está probado que sus inicios se remontan hasta antes del nacimiento, pues en la mente del recién nacido hay potencialidades tan fuertes que son capaces de crear cualquier facultad o hacer que el hombre se adapte a todo tipo de condiciones.
Los psicólogos actuales se asombran por lo que ellos llaman “la difícil aventura del nacimiento”, y extraen la conclusión de que el bebé debe sufrir una tremenda sensación de pánico. Un término científico usado en psicología es el “terror del nacimiento”: no es un terror consciente, pero sin ninguna duda es posible que el recién nacido se sienta asustado, como cuando se lo sumerge de golpe en agua fría, se lo expone a una fuerte luz o se lo deja en manos de algún extraño. Después del parto, una madre común y corriente siente el instinto natural de mantener a su hijo abrazado contra su cuerpo; como no le queda mucha energía se mantiene quieta por su propio bien y así le brinda al bebé la paz necesaria, le transmite su calor y lo protege de muchas sensaciones. Las gatas ocultan a sus crías en algún lugar oscuro y las protegen con fiereza del contacto con extraños, pero a las madres humanas les queda poco de su instinto natural; ni bien nace el bebé, bien alguien que lo lava y lo viste y lo lleva a la luz para ver de qué color tiene los ojos; su ignorancia hace que lo exponga a una nueva conmoción y le provoque más miedo. Hoy, podemos notar las consecuencias del terror del nacimiento en los problemas de personalidad que se van manifestando con el tiempo en el desarrollo del niño; hay una deformación psíquica que hace que el niño ya no sea normal y vaya por el mal camino. Estas dificultades forman parte de las llamadas “regresiones psíquicas” y se caracterizan por un rechazo a la vida; pareciera que estas criaturas se aferraran a algo que existía antes de nacer y sintieran una repulsión hacia el mundo. Dormir mucho puede resultar normal en un recién nacido, pero en los casos de regresión, el sueño se prolonga demasiado para ser considerado normal. Otro síntoma es que estos niños suelen despertarse llorando y tienen pesadillas con frecuencia; otro, que se apegan demasiado a alguien, por lo general la madre, como si temieran que los dejaran solos. Esta clase de niños siempre lloran por cualquier cosa, siempre necesitan que los estén ayudando, siempre están desganados, deprimidos, sin ánimo de compartir alguna actividad con los demás. Evidentemente estos seres están en inferioridad de condiciones con respecto a otros en la lucha por la supervivencia; no serán ellos los que tengan la alegría y el coraje de vivir y experimentar una felicidad normal. Esta es la terrible respuesta del subconsciente. La memoria consciente olvida, pero las impresiones grabadas en la “mneme” se retienen como características del individuo. He aquí una gran amenaza para la humanidad: el niño que no ha recibido el cuidado adecuado busca vengarse de la sociedad convirtiéndose en un individuo débil que será un obstáculo para el progreso de la civilización.
A diferencia de estos niños con regresiones, el niño normal muestra una fuerte tendencia a ser independiente. Cada conquista, cada paso que da para lograr una mayor autonomía, y cada obstáculo que supera constituyen su desarrollo. La fuerza vital que lo obliga a independizarse se llama “horme” y se la puede comparar con la que en los adultos es la fuerza de voluntad, aunque esta última es mucho más débil y se limita al individuo, en tanto que la “horme” pertenece a la vida misma, es una fuerza divina al servicio de la evolución. En el niño en crecimiento normal, se manifiesta en forma de entusiasmo, felicidad, “alegría de vivir”. Cuando nace, se libera de una prisión, el cuerpo de la madre, y logra independizarse de las funciones biológicas de ella; está dotado del impulso a enfrentar y conquistar el medio, pero para ello éste debe resultarle agradable. Tal vez podríamos afirmar que siente amor por lo que le rodea. Los primeros órganos que entran en funcionamiento son los de los sentidos, cuando el niño normal ya capta todo; pero todavía no distingue un sonido de otro, o entre cada objeto: primero toma el mundo, luego lo analiza.
A los seis meses, se presentan ciertos fenómenos que indican que el crecimiento es normal. Hay cambios físicos, porque el estómago empieza a segregar un ácido necesario para la digestión y aparece el primer diente. Este es un avance gigantesco hacia la independencia. Para esta misma época, el niño empieza a pronunciar sus primeras sílabas, el primer ladrillo de ese gran edificio que será el lenguaje. Pronto podrá expresarse y no tendrá que depender de que los demás adivinen sus necesidades. Ésta es en verdad una enorme conquista en su camino hacia la independencia. Un poco después de esta hazaña, al año de edad, el niño aprende a caminar y de ese modo se libera de una segunda prisión. Uno tras otros, todos esos pasos llevan al hombre a la libertad, pero hasta el momento tales avances no han sido voluntarios: la independencia es un don natural y ella es la que lo conduce a ser libre.
Aprender a caminar es una conquista muy importante, de una enorme complejidad, pero a pesar de ello se alcanza en el primer año de vida, junto con la conquista del lenguaje y la orientación espacial. Los animales inferiores ya son capaces de caminar cuando nacen, pero la naturaleza humana es más refinada y necesita más tiempo. La habilidad de pararse y caminar erguido depende del crecimiento de un sector del cerebelo; cuando el niño tiene seis meses, éste empieza un proceso de rápido desarrollo que continuará hasta los catorce o quince meses. En concordancia perfecta con este crecimiento, el niño se sienta a los seis meses, empieza a gatear a los nueve y a los quince camina con paso seguro. Hay un segundo factor determinante en esta conquista motriz: se completa la formación de ciertos nervios de la columna vertebral a través de los cuales el cerebelo envía mensajes a los músculos. Y también un tercero: se completa la estructura ósea de los pies y el cráneo para que el cerebro esté protegido ante cualquier lesión que se pudiera producir si el niño llegara a caerse.
No existe sistema educativo que le enseñe al niño a caminar antes de tiempo; aquí es la naturaleza misma la que ordena, y hay que obedecerla. Más aún, todo esfuerzo por mantener quieto al niño que ha empezado a caminar y correr es vano porque la naturaleza impone que se ponga en funcionamiento cada órgano ya desarrollado. Del mismo modo, una vez que surge el lenguaje, el niño comienza a platicar y es sabido que no hay nada más difícil que hacerlo callar. Si le impidieran hablar y caminar, le estarían coartando el desarrollo; habría que otorgarle libertad para darle vuelo a sus facultades, para que hiciese uso de su independencia. Los psicólogos sostienen que la conducta se afirma en cada individuo mediante la experiencia y el contacto con el medio, y por lo tanto la tarea primordial de la educación es generar un medio que ayude al niño y le permita desarrollar las funciones que le dio la naturaleza. No es cuestión de complacer los deseos del niño, se trata de cooperar con un mandato natural.
Al observar a los niños, se descubre que por lo general se sienten ansiosos por actuar con independencia; quieren cargar cosas, vestirse y desvestirse solos, comer sin que los ayuden… y no lo hacen porque se lo digan los adultos; por el contrario, sienten una necesidad tan fuerte que nuestra reacción es empeñarnos e contenerlos; pero al hacer esto, estamos peleando contra la naturaleza, no contra la voluntad del niño: Después muestran una tendencia a desarrollar la mente mediante la experiencia personal, y es así que comienzan a indagar la razón de por qué las cosas son como son. Esto no es pura teoría, son hechos claros y naturales, revelados y confirmados por la observación. Decimos que la sociedad tiene que dejarles libertad completa a los niños, asegurarles la independencia, pero no hay que confundir estos ideales de libertad e independencia con la concepción poco clara que los adultos tienen de ellas. En realidad, la mayoría de la gente tiene una noción muy pobre de lo que significa la libertad. La naturaleza otorga la vida al proporcionar libertad e independencia, pero también impone leyes relacionadas con la época y las necesidades particulares que ésta suscita. La naturaleza hace de la libertad una norma de vida –la elección entre ser libre o morir. Hoy, la naturaleza nos brinda una herramienta para interpretar nuestra vida en sociedad mediante la observación del niño, que es un espejo de la realidad. La independencia no se presenta como algo estático, sino como un trabajo infatigable en la lucha permanente por conquistar la libertad, la fortaleza, y la perfección. Al darle libertad e independencia al niño, estamos liberando a un obrero que se siente impulsado a trabajar y que no puede vivir sin mantenerse en actividad, pues ésa es la forma de existir de todos los seres vivientes. La vida es actividad, y sólo a través de la actividad se puede perseguir y encontrar la perfección de la vida. Algunas aspiraciones sociales que nos fueron legadas por la experiencia de generaciones pasadas nos presentaban como ideal una vida con pocas horas laborales en la que otra gente trabajara para nosotros: éstas son las características naturales de un niño mal formado que le huye a la vida.
Un problema particular al que se enfrenta la educación es cómo ayudar a estos niños mal formados, cómo curar las regresiones que causan retrasos o desvíos en el desarrollo normal. Dado que este tipo de niños no siente ningún amor hacia el entorno y considera insuperables los obstáculos que le impiden conquistar su medio, lo primero que hay que hacer es eliminar la mayor cantidad posible de obstáculos y después hacer que el medio le resulte agradable. Luego hay que proponerle al niño una actividad atractiva, algo interesante que lo incite a seguir experimentando. Entonces, tal vez se consiga que abandone sus ganas de no hacer nada y se interese en algo que lo estimule a trabajar, que abandone la pereza y se vuelva activo, que abandone ese estado de pánico que tan a menudo se traduce en un apego exagerado y acepte que hay que separarse de los demás, que adquiera la libertad para ser feliz y que conquiste la vida.
Ahora podríamos enunciar ciertos principios para la educación de un niño durante los primeros dos años de vida. Inmediatamente después del nacimiento, el bebé debe permanecer con la madre tanto tiempo como sea posible y en su entorno no debe haber nada que obstaculice la adaptación, como una temperatura distinta de aquella a la que el niño estaba acostumbrado antes de nacer, demasiada luz o demasiado ruido, pues él viene de un lugar donde reinaban el silencio y la oscuridad: hay que tocar y mover con sumo cuidado al bebé; no se le debe sumergir en la bañadera de golpe ni se le debe vestir luego bruscamente y de prisa –cualquier brusquedad al tocar a un recién nacido inevitablemente lo afectará, pues el bebé es exquisitamente delicado, tanto física como psíquicamente. Lo mejor es mantener al recién nacido sin ropa, en una habitación bien calefaccionada y en la que no corra viento, y para llevarlo de un lugar a otro, abrigarlo con una capa suave; de esta manera permanecerá en una posición similar a la fetal. En la actualidad hay una tendencia a cuidar a los bebés con la misma dedicación con que se atiende a los hombres malheridos, sólo que con más esmero y minuciosidad. Además de la protección y el cuidado higiénicos, habría que considerar a madre e hijo como dos partes inseparables de un mismo cuerpo, que siguen vitalmente conectadas por un magnetismo animal; necesitan estar aislados de los demás por un tiempo y recibir todo tipo de atención y cuidados. No es aconsejable que los parientes o amigos besen y acaricien al bebé ni que las enfermeras lo separen de la madre.
Una vez que se ha superado esta primera etapa, el niño se adapta con facilidad al mundo al que ha ingresado y comienza a recorrer el camino hacia la independencia. Su primera conquista es el uso de los sentidos, una actividad enteramente psíquica, ya que por el momento su cuerpo está inerte. El bebé mantiene los ojos en constante actividad; no sólo percibe imágenes, las busca como si fuera un investigador. A diferencia de los animales inferiores, que tienen una observación limitada y sólo se sienten atraídos hacia ciertos objetos guiados por su comportamiento, el niño no tiene límites, capta todo e medio y lo incorpora a su psique. Quiere el mundo, todo lo que le rodea, para así adaptarse a la vida. Es un grave error recluirlo en una guardería (algo así como una cárcel) con una niñera por toda compañía, y hacerlo dormir todo lo posible como si estuviera inválido. La niñera no le hablará mucho porque es higiénico tener la boca tapada. ¿Cómo entonces el niño aprende a hablar? Además, la niñera pertenece a un medio social distinto al del niño, el cual no podrá tomar de ella el vocabulario que necesitará más adelante. En este sentido, los niños ricos de los países civilizados son los que reciben el peor trato, porque los dejan pasar poco tiempo con su madre o las amigas de ésta, los ponen a cargo de niñeras inhumanamente competentes, y los llevan en cochecitos con capotas para protegerlos del sol y del frío, con lo cual les impiden darse el lujo de mirar algo más interesante que la cara de la niñera. Estos niños se vuelven apáticos y aburridos o tienen ataques de llanto o mal humos porque sufren de inanición mental y, al menos mentalmente, están desnutridos. Es más feliz el niño que va con su madre a todas partes, a la calle y el mercado, en colectivo y en tren, que escucha y mira, que acumula impresiones de vital interés y anda seguro todo el tiempo bajo el cuidado de su protectora natural.
Miguel
Wow, es increíble como vamos con los ojos cerrados por el mundo.